Las mujeres a las que nadie extraña
Boca arriba, dobladas, o encorvadas —no sabemos — , en bolsas negras, como basura, las mujeres a las que nadie extraña se pudren entre el hallazgo de su olvido. En las faldas del santuario insigne de una capital que se adjetiva humana, las exhuman, sin identidad, marginadas o marginales, sin más memoria que unas mugrientas y resquebrajadas prendas.
Nadie las escuchó gritar. Nadie las vio partir, nadie las espera.
Mientras el engendro reconoce su atrocidad como una hazaña, su baba estalla sobre micrófonos y pantallas que se regocijan de estadísticas, raiting y páginas vistas haciendo conjeturas tendenciosas, sin sentido, rastreando como lobos el origen de una mente atribulada, ruin y asesina, pero olvidando el drama real que una vez se vistió de rosa… y como hoy es harapiento y vagabundo a nadie mueve. ¿Cuántas mujeres más tendremos que desenterrar para hacerlas florecer y, por fin, las extrañemos?